Una taza rota
ELVICTORIANO.COM.VE - En este artĆculo te voy a decir que, aunque nunca te lo hayas planteado, eres como una taza; como una taza rota, para ser exactos. Igual que yo fui una vez. Y con un poco de suerte, cuando termines de leer este texto, serĆ”s un poco mĆ”s consciente del inmenso valor de tu vida y tendrĆ”s mĆ”s determinaciĆ³n para disfrutar cada segundo en la Tierra.
¿Quieres probar suerte? Solo tienes que leer hasta el final… O, si lo prefieres, puedes escucharlo:
Jack Kornfield, uno de los grandes maestros budistas de nuestros tiempos, cuenta que su maestro Ajahn Chah tenĆa entre sus posesiones una valiosa taza de porcelana china. Era una antigĆ¼edad de gran belleza y, aunque estaba en perfecto estado, Ajahn solĆa decirle a sus discĆpulos que estaba rota.
Ajahn Chah sabĆa que, en realidad, la taza no estaba rota, pero era consciente de que algĆŗn dĆa le podrĆa dar un golpe con la mano accidentalmente; podrĆa caerse al suelo y romperse; o alguien podrĆa tropezar con la mesa y la taza acabarĆa en el suelo hecha mil pedazos. O puede que…
«Para mĆ esta taza ya estĆ” rota. Y gracias a que conozco su destino, puedo disfrutar de ella plenamente aquĆ y ahora. Y cuando ya no estĆ©, pues no estarĆ”» decĆa el maestro.
Al tomar conciencia de la naturaleza de la taza, aceptamos su fragilidad y sabemos que, antes o despuĆ©s, terminarĆ” por romperse. Tomar conciencia de su impermanencia no nos impide disfrutar de su belleza ni utilizarla para beber nuestro tĆ©. De hecho, como dice el maestro, nos puede ayudar a enfocarnos en el aquĆ y el ahora y a disfrutar de ella.
Es fĆ”cil aceptar la impermanencia de una taza o de las flores que adornan nuestro salĆ³n.
Sin embargo, es mucho mĆ”s difĆcil aceptar la impermanencia de nuestra salud, que hoy es buena y maƱana tal vez no lo sea.
Y es aĆŗn mĆ”s difĆcil aceptar que la persona a quien mĆ”s amas podrĆa morir maƱana. O que tĆŗ podrĆas morir maƱana. No obstante, la muerte nos alcanzarĆ” a todos. De la muerte no se escapa nadie.
Ese rostro tierno y radiante que tenĆas en la infancia ya se fue y si aĆŗn no han llegado, tarde o temprano, las arrugas marcarĆ”n en tu cara el paso del tiempo o, mejor dicho, el paso de tu tiempo.
La vida discurre implacable. Hasta que cae el Ćŗltimo grano del reloj de arena que mide el tiempo de nuestras vidas.
La taza no estĆ” rota. Pero ya estĆ” rota. En su naturaleza estĆ” desintegrarse y convertirse en algo distinto, ten por seguro que no permanecerĆ” inmutable por los tiempos de los tiempos.
La taza, tĆŗ y yo compartimos destino. «Todos juntos mĆ”s allĆ” del mĆ”s allĆ”, hasta la consumaciĆ³n Ćŗltima» reza el Sutra de la Gran SabidurĆa.
La pregunta es: ¿cĆ³mo viviremos nuestras vidas sabiendo que somos poco mĆ”s que tazas rotas?
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